Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias; puede que ese sea el comienzo de la historia de amor entre Marc Márquez y el motociclismo.
Hoy alguien me recordó aquella leyenda del hilo rojo, un proverbio japonés que dice que: “un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper”. Una bonita manera de entender a aquellos que están destinados a encontrarse en su vida, pase lo que pase y a pesar de cualquier circunstancia.
Puede que este hilo rojo sea el culpable de que Marc Márquez y el motociclismo se hayan convertido a lo largo de los años en un mismo exponente. No puede entenderse Marc Márquez sin el motociclismo, y el motociclismo no sería la misma historia sin Marc Márquez. Algunos creen que Marc Márquez fue quien eligió dedicarse al motociclismo yo, en cambio, prefiero creer que ese hilo rojo ya existía desde aquel 17 de febrero de 1993 en el que la ya leyenda de MotoGP llegó al mundo.
En ese mismo instante, esa trayectoria que ha estado cargada de éxitos, de triunfos y de algún que otro sinsabor comenzó a fraguarse sin apenas conocimiento. La gasolina corría en los genes del que era el “niño de Cervera” por eso, mientras el resto de niños pedían barbies o un balón de fútbol a sus padres, Marc Márquez pedía a los Reyes Magos su primera moto, con sólo cuatro años. Dicen que todos los caminos llevan a Roma, en el caso del piloto catalán su camino llegaba al Mundial de MotoGP, al que tanto ha dado.
El comienzo de la magia
Fue en 2008, con tan sólo 15 años cuando un pequeño niño debutaba en el Mundial de MotoGP. Ese joven piloto que vestiría los colores de KTM en su debut tenía algo especial, un brillo especial y una manera de entender el motociclismo diferente al de otros anteriormente. Sus números acompañaban aquellos matices que comenzaban a verse en la pista, un primer y segundo año prometedor y un 2010 apoteósico. La llegada del que sería el primer enanito de Marc Márquez, con 17 años, 10 victorias y 12 poles. El catalán comenzó a batir récords de los más grandes, un nuevo símbolo que hacía presagiar que ese piloto que debutaba dos años antes sería uno de los gigantes de la historia del motociclismo.
Su paso a la categoría intermedia fue casi perfecto, y digo casi porque su primer talón de Aquiles, la diplopía que ha marcado su carrera deportiva, apareció por primera vez en 2011, cuando se jugaba su segundo título de Campeón del Mundo con Stefan Bradl. Esa historia quedó en un punto y seguido, porque en su segundo año, tras varias batallas con Pol Espargaró que dejaron una temporada para el recuerdo, Marc Márquez conseguía su segundo titulo de Campeón del Mundo. Probablemente esa magia fue la que hizo que el Repsol Honda, el equipo de su vida, decidiese apostar por él para su salto a la categoría reina.
La historia aún no ha llegado a su fin
Todas las historias de amor tienen sus subidas y bajadas, en el caso del piloto catalán y el Repsol Honda no iba a ser menos. A pesar de que sus mejores años parecen haber quedado en el pasado aún hay quienes apuestan en la continuidad de la historia. 2013 con el tercero, 2014 con el cuarto, 2016 con el quinto, 2017 con el sexto, 2018 con el séptimo y la última corona en 2019 y unos puntos sucesivos que en los que el tiempo dirá.
Hay quienes dudan de que la historia de amor de Marc Márquez con el motociclismo pueda tener un final feliz, yo, sin embargo creo que pase lo que pase, Marc Márquez ya ha escrito su propia historia en los libros de historia del motociclismo. Porque ese hilo rojo que une al piloto catalán con el motociclismo, ni las lesiones, ni los malos momentos podrá romperlo.
Foto: Motogp.com
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