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Hoy, 17 de diciembre, recordamos al eterno número 17 de Fórmula 1, Jules Bianchi quién perdió la vida en aquel 17 de Julio de 2015 tras sufrir un grave incidente en el Gran Premio de Japón de F1.

El destino a veces puede llegar a ser muy caprichoso cuando nos quita lo que más queremos en el mundo. A Jules Bianchi se le fue arrebatado de las manos aquello por lo que luchaba y aquello que ansiaba con locura: ser Campeón de la F1.

Una pasión que le fue adquirida desde su nacimiento y un sueño que se forjo entre las curvas y rectas del trazado de kartings que su padre tenía en su ciudad natal, Niza. Ciudad de que le vio crecer como persona, pero también como piloto, y que vio como sus sueños se apagaban un 17 de julio 2015.

El principio de la historia de amor

Jules empezó sus andadas en el mundo del motor, probablemente antes de saber leer, con un talento que se lleva en las venas, en las que en vez de sangre hay gasolina. Un talento con el que se nace, uno que no se puede construir o estudiar, el de ser capaz de llevar un monoplaza a más de 300 km/h, entre grandes terrenos o entre muros, llueva o haga sol.

Dejando destellos de su talento allá por donde pasaba, karting, la Formula Renault 2.0 francesa, la Formula 3 Euro Series o GP2, Jules empezaba a escribir su historia en letras mayúsculas. Una fractura de la segunda vertebra lumbar le mantuvo apartado del automovilismo unos meses, y los pronósticos parecían enseñar que no iba a volver nunca, pero Jules tenía un objetivo y no lo iba a dejar a la mitad. Y entonces volvió y volvió a ganar y demostrar quien era Jules Bianchi.

En 2013 ese sueño parecía estar más cerca, aunque llevaba ya desde 2009 trabajando con Ferrari, no fue hasta ese 2013 que no debutó en la F1. Lo hizo en el equipo Marussia, un equipo que le debió el no caer en banca rota. Los muros del mítico trazado de Mónaco fueron testigos de la gran primera muestra de talento del francés. Noveno, con un coche que no estaba para estar en los puntos, pero él lo consiguió llevar hasta ahí. Esos dos puntos y su gran actuación sirvieron para que espónsores confiasen en el equipo y no los abandonasen.

El capricho del destino

Ese mismo año, 2014, otro mítico circuito como es el de Suzuka, acabaría con sus sueños. El 5 de octubre de 2014 amanecía con un cielo negro, lluvia cayendo a mares, como si el destino nos estuviese queriendo decir algo. El Gran Premio de Suzuka arrancaba y con el Jules, salía a pista. Adrian Sutil acabó en la grava y su monoplaza atascado. Una grúa fue al rescate de ese monoplaza mientras los coches seguían a grandes velocidades en pista.

Solo había banderas amarillas, no había safety car y entonces justo en la misma curva donde Sutil había perdido el control de su monoplaza, Jules corrió la misma suerte. Para la desgracia de todos, en medio de la grava había una grúa. La decisión de no sacar safety car fue y sigue siendo una de las decisiones más cuestionadas de la F1, quizás algo habría cambiado.

Pero el destino tiene estas cosas, es caprichoso. Ese 5 de octubre comenzó la carrera más importante de la vida de Jules Bianchi, una carrera que luchó hasta el final, pero que vio la bandera a cuadros el 17 de julio de 2015. Su legado traspasa más allá de lo que consiguió y lo que habría conseguido en pista, la incorporación del halo se empezó a hablar después de su accidente, en 2018 se implementó en todos los monoplazas, a día de hoy ya hemos podido comprobar su eficacia.

Jules Bianchi era el elegido, no solo de Ferrari, era el elegido en el paddock y por los fans. No llegó a cumplir su sueño, pero su vida ha trascendido mucho más allá que un campeonato.

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