Hamilton acusó al equipo de falta de trabajo en equipo y Leclerc, pese a contener el incendio, dejó claro que las decisiones estratégicas en Miami fueron un desastre.
No es habitual ver a Lewis Hamilton perder los papeles por radio. No al menos con tanta claridad, con tanto sarcasmo. Pero en Miami, bajo el sol abrasador y en el asfalto resbaladizo de un circuito urbano donde las estrategias se escriben en el aire, el siete veces campeón del mundo se desnudó emocionalmente en su primera gran disputa interna como piloto de Ferrari. “Esto no es trabajo en equipo”, llegó a soltar con ironía británica, antes de invitar a su ingeniero a “relajarse tomando una taza de té”. No era solo una queja. Era una declaración de intenciones. Un mensaje entre líneas que reflejaba algo más profundo: Lewis Hamilton no quiere ser actor secundario en Maranello.
Un fuego cruzado de Hamilton con Leclerc en medio
La situación explotó cuando Hamilton pidió pasar a Charles Leclerc para intentar dar caza a Kimi Antonelli, que rodaba delante. Ferrari dudó. Ferrari vaciló. Y cuando finalmente Charles cedió su posición —consciente o no de que estaba hipotecando su propia carrera—, ya era demasiado tarde. El compuesto medio de Hamilton empezó a decaer y desde el muro le pidieron que devolviera la posición. Fue el segundo desencadenante del caos.
Mientras tanto, Leclerc jugaba al equilibrista frente a los micrófonos. Cauto, midiendo cada palabra, intentando apagar un incendio que no provocó pero que claramente le salpicó: “Tenemos que hacerlo mejor. Las decisiones como equipo no han sido las correctas.” No culpó a Lewis. No se desligó del equipo. Pero dejó claro que algo falló. Y que fue él quien más lo pagó. Perdió tiempo, degradó sus neumáticos detrás del inglés y, cuando quiso reaccionar, Antonelli ya estaba fuera de alcance por un suspiro: un segundo y medio.
¿Primer choque de egos en la Scuderia?
Este no es un problema táctico aislado. Es el primer gran capítulo de una relación que ya venía con interrogantes. Leclerc lleva años cargando con la cruz de Ferrari. Ha aguantado errores de estrategia, coches poco competitivos y promesas incumplidas. Ahora, con Hamilton en el box de al lado, el equilibrio de poder se tambalea. Y Lewis, que partió 12º y acabó 8º, no se conforma con ser un mero invitado. A sus 39 años, el hambre sigue intacto. Pero en Maranello los galones no se heredan: se ganan en pista, y sobre todo, en la gestión del vestuario.
Más allá del rifirrafe interno, hay un dato que debería doler más a Ferrari que cualquier palabra por radio: terminar 7º y 8º en un circuito donde Aston Martin naufragó, donde Red Bull flaqueó, y donde Mercedes todavía busca su camino. La oportunidad estaba ahí. Y se escapó. Porque mientras ellos se enredaban en órdenes de equipo, Kimi Antonelli —el joven debutante de Mercedes— volvió a dejar huella. Sexto. Firme. Serio. En silencio. Como quien ya se ve liderando el futuro.
Ferrari necesita más que calma: necesita dirección
La imagen de Hamilton soltando frases irónicas por radio es potente. Pero aún más potente es la sensación de descontrol que transmitió el muro. No por ceder ante uno u otro piloto, sino por no tener claro cuándo y por qué hacerlo. Si Ferrari quiere que esta dupla funcione, necesita marcar líneas claras. Lo contrario solo alimentará el ruido. Y en Maranello, el ruido siempre acaba haciéndose tempestad. Hamilton dijo después que era “normal en el fragor de la batalla“. Leclerc, que no está enfadado. Puede ser. Pero lo que ocurrió en Miami no fue solo calor del momento. Fue una grieta. Y más les vale sellarla rápido, porque mientras ellos dudan, la cima se aleja.
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