La maldición que se ceñía sobre el monegasco acabó este domingo con una victoria muy especial.
Esas calles que vieron crecer a Charles Leclerc como persona y que le forjaron como piloto de Fórmula 1 fueron ayer, domingo 26 de mayo, testigos de cómo su príncipe se coronaba rey. Esas calles fueron las que vieron como iniciaba la carrera de otro piloto hace justamente diez años, cuando Jules Bianchi conseguía sus primeros puntos en la categoría reina en un coche que estaba lejos de la zona de puntos. No podía ser de otra manera, su elegido tenía que ganar este Gran Premio, porque el destino, sigue siendo caprichoso.
La maldición en Mónaco perseguía a Charles Leclerc desde 2017 y el monegasco llegaba sin subir al primer cajón del podio desde 2022, pero como toda maldición siempre hay una manera de romperla, para Charles la solución era clara: ganar. La noche del primer día en Mónaco caía y en el asfalto relucía el color rojo de la luna que se pintaba de Ferrari, lo que sería un augurio para lo que estaría por pasar. No había un rincón en todo el principado en el que no se escuchase un ‘Daghe Charles’. Los corazones de todos los habitantes estaban encima de ese coche rojo con el número 16 desde el minuto 0.
Viernes y sábado fueron días perfectos, pero siempre se escuchaba ese: “que le pasará mañana para que no gane”, tan pesado como una mosca rondando la oreja. El domingo en Mónaco amanecía soleado, esperando a que su príncipe marcase el ritmo. 78 vueltas de pura agonía, nerviosismo y emoción han hecho que Leclerc por fin respirase, cerrase los ojos y disfrutase de ser el vencedor del Gran Premio que todos sueñan con ganar. Quizás el que más lo ha soñado de todos sea el propio Leclerc; era este el Gran Premio que le hizo querer ser piloto de carreras, era este el Gran Premio que tanto él como su padre soñaban con pilotar alguna vez, y ha sido este en el que más ha pensado en él, su padre.
El fin de una maldición
El príncipe de Ferrari, ‘il predestinato’, el elegido de Jules Bianchi y el que tiene a todo un país detrás de él ayer ganaba la que será probablemente la victoria más emocionante de toda su carrera. El que fuese una vez príncipe se coronaba rey frente a su público, pero para él no estaban presentes todas las personas que el querría. Ahora las tiene presentes siempre, en su memoria y en su casco, porque él como ninguno otro ha sufrido el camino en el que ahora sonríe.
La mentira que le contó unos años atrás a su padre antes de su fallecimiento ya no es mentira; es piloto de F1, piloto Ferrari y ganador del Gran Premio de Mónaco con la escudería de su vida. Y todos sus éxitos son para el hombre que lo dio todo por él, porque si hay alguien más contento que Charles, es su padre.
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